viernes, 21 de abril de 2017

HONDARRIBIA, VILLA MEDIEVAL Y PUERTO PESQUERO.



Fortaleza y puerto pesquero. Una aldea de pescadores, marineros y balleneros que se bebió toda el agua del Bidasoa. Más arriba, fortaleza, parroquia y burgo amurallado. Una ciudad medieval en la costa del mar bravío, donde el cielo es más gris que azul. En las tascas, a orillas del Bidasoa, los rudos marineros buscaban refugio y consuelo en el aguardiante. Hondarribia nos ofrece un paseo por su historia desde la Plaza de Armas, en la zona más elevada, hasta la pintoresca calle de San Pedro en el barrio de los pescadores.


Hondarribia – o Fuenterrabía – nació junto al río Bidasoa, protegida por el monte Jaizkibel y la bahía de Txingudi que se abre al mar Cantábrico, antesala del Océano Tenebroso. Tradicionalmente el pueblo vasco ha vivido entre el caserio y el puerto. El antiguo vascón domeñó las indomables agua del Cantábrico.


Unas murallas que dejaron de ser medievales, una iglesia gótica con alta torre barroca y un castillo navarro transformado en palacio-parador del emperador, son los elementos característicos de esta plaza fuerte. Más abajo, las vetustas casas de los pescadores, ofrecen un contrapunto popular a la villa señorial.


Sancho Abarca construyó el castillo y Sancho VI “el Sabio” lo amplió. El flamante emperador Carlos V lo convirtió en un palacio renacentista. Disfrutado hoy por los fieles huéspedes de los Paradores Nacionales.


Don Cristobal de Rojas y Sandoval, nacido aquí, fue arzobispo de Sevilla, capellán de Carlos V y protector de Santa Teresa. El Medievo se había acabado y el Imperio Hispánico de los Habsburgo dominaba el globo.


Corsarios, pescadores, marineros y balleneros se arrejuntan en estos viejos muelles cargados de historia. La cofradía de pescadores – Arrantzaleen kofradia – organiza y gestiona los asuntos relacionados con esta actividad desde el año 1361 (que se sepa). Su sede actual es un bonito edificio con un único arco central.


En las calle de San Pedro los balcones de las casas tradicionales están pintados con los mismos colores que se utilizaban para las embarcaciones.


Pequeños barcos de colores suben y bajan por el río.


Hondarribia ha sido (y es) lugar de paso para los peregrinos que, siguiendo la costa cantábrica, se dirigían a la tumba del Apóstol Santiago (un hito imprescindible en nuestra historia medieval).


Se cuenta que Hondarribia tiene tres almas: la ciudad amurallada y su burgo medieval, el barrio de los pescadores a orillas del Bidasoa y los blancos caseríos dispersos por el monte. Pescadores, burgueses y labriegos llevan varios siglos conviviendo en esta pequeña localidad.


Aires medievales a orillas del mar Cantábrico.


El antiguo muelle – Kai Zaharra – es el lugar decisivo y definitorio de Hondarribia. Durante siglos zarparon día tras días, con sol, lluvia o tormenta, los sufridos pescadores a faenar en sus barquichuelas. La tez quemada por la brisa marina y el alma encantada por los cantos de sirena. Día tras días una fuerza invisible los empuja a salir al mar.



El mar no divide, mas al contrario une, es un vehículo de cohesión de tierras y de gentes. Ante el mar, todos los humanos somos iguales.  

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